dissabte, 7 de maig del 2011

S.O.S

Creo que era el único que podía verlo. Ese transfondo de tristeza agazapado en sus ojos, camuflado bajo la miel como el más experto de los predadores. A veces desaparecía por unos segundos, pero yo sabía que seguía ahí, esperando; y cuando más tardaba en aparecer, más lo buscaba yo, haciéndolo así más presente de lo que era cuando estaba presente.

A veces, cuando estaba atenta a algo, abría mucho los ojos y ladeaba la cabeza. Cuando reía, enrojecía y su nariz se arrugaba, haciendo bailar las pecas que acampaban en ella. Cuando lloraba, sus iris se volvían verdosos y sus pestañas, amaradas de lágrimas, parecían multiplicarse como por arte de magia. Cabreada, palidecía hasta que sus pupilas se te clavaban. Se mordía los labios al correrse. Refunfuñaba mientras dormía.

Para los demás era cálida, dulce y divertida… Para mí siempre fue triste. Triste y fría. Fría y sola, solamente para mí. Tan frágil y necesitada cuando levantaba la vista para encontrar la mía que una recóndita parte de mí quería ser cruel con ella. Quería arrancarle esa tristeza de los ojos a golpes, a mordiscos. Herirla. Follarla. Matarla.

Salvarla.

El día que desapareció, supe que buscarla no serviría de nada. Desde entonces, cada día, me miro en el espejo  y busco esa tristeza, esta vez en mis pupilas. No la he visto aún, pero sé que está presente. En algún lugar.

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