dilluns, 13 de juny del 2011

La nada no se puede comprender

A veces alguien le preguntaba cómo lo hacía. Cómo era capaz. La respuesta difícilmente salía de una media sonrisa y una exhalación de humo suntuoso. Nunca dio sus razones, a nadie, porque una cosa era abrir su cuerpo a desconocidos y otra muy distinta, abrir su mente.
No era tan malo, le dijo una vez a un cliente que a base de billetes y respeto se había ganado un cierto aprecio. No era tan malo, a veces era útil. 'A veces ayudo a gente', le contó.
'¿Y a ti quién te ayuda, pequeña?'
'No se puede ayudar a alguien que no existe'
El cliente quiso replicar que todas las personas existen, pero vio sus ojos negros, ojos de muñeca, y prefirió callar. Había comprendido.

En realidad era cierto, no existía. Era un sonido ahogado, un gesto que pasa desapercibido. Una de esas miradas perdidas que el objeto de nuestro deseo no llega a captar nunca. Lo había sido siempre, y aunque lo había intuido desde pequeña, se había dejado convencer por los demás de que en verdad, valía lo mismo que todos ellos. Pero ya dijo Calderón que los sueños, sueños son, y a sus veinticinco años de edad había despertado, mejilla contra el suelo, y descubierto que no existía realmente. Era humo, era brisa; era todo aquello que la gente piensa y se calla, y que luego se corrompe en las profundidades y nos envenena. No era tan malo, en realidad. A veces ayudaba gente. Algunos clientes pedían ayuda a gritos, suplicaban por un poco de afecto. Estos no eran sus preferidos. Cualquiera podía darles un abrazo y consolarlos. Lo que ella hacía, eso sí tenía mérito. Hombres tan saturados por la vida que llevaban que le pagaban en un ruego mudo para que los ayudara a deshacerse del veneno en su sangre. Y ella sangraba, se asfixiaba y amorataba, todo en beneficio de ellos. A veces las heridas tardaban días en sanar, y tenía que tomarse un descanso profesional. Pero no importaba.
Al fin y al cabo, lo único que siempre había deseado, era hacer feliz a alguien.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada